La Higuera – I
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Manolo, ventero de San Juan a orillas del Genal, jubriqueño y por lo tanto ocurrente, un día de verano cuando varios benalizos volvíamos del Charco Picao a por la cervecita post-spa, me preguntó primero “qué tal andábamos de higos”, y luego “si hogaño habría feria en tu pueblo”, pues él pensaba acudir.
A la primera creí que, como éramos todos los bañistas varones y él gastaba mucha retranca y sinécdoque, se refería a los higos en su acepción coloquial; le respondí que francamente mal. Pero mi cara de sorpresa ante su segunda cuestión le llevó a explicar que por el valle circula desde antiguo este refrán:
“En Benadalid, si no hay higos no hay feria”.
Yo desconocía este dicho genalvallense* que nunca había oído dentro del pueblo; al parecer nuestros mayores lo ocultaban, como si fuera ofensivo al honor.
Pero alguna base tendrá. Es muy posible que algún o algunos veranos no pudiésemos gastar en festejos un dinero del que carecíamos por la mala cosecha del higueral.
En tal circunstancia los benalizos, que somos sinceros (por eso nos llevamos mal), no disimulamos la triste realidad. No fuimos a pedir un crédito a terceros para honrar a San Isidoro como de costumbre, no nos endeudamos por el santo patrón.
Si él, nuestro primer valedor en el cielo, no ha realizado las gestiones oportunas para que tengamos buenos tendales y ceretes en agosto, ¿hay este mes algo que celebrar?
Aquel año o años no hubo feria: ni pitos y bombo, ni marquesina, ni carburos por la noche alumbrando las cuatro esquinas de la plaza terriza, ni ganas de bailar.
Por supuesto, mirlos, gatunos, jabatos, tejones, etc, tomaron buena nota del hecho para luego reírse del pueblo. Pero la alegría de otros también es saludable, qué más da.
Si me importase mucho averiguar cuál año o años no pudimos celebrar San Isidoro como es debido, empezaría por buscar en los anales meteorológicos una gran tormenta aquí en julio o agosto, más bien agosto, acompañada de un grueso granizo que dañó el fruto sicónico-icónico, ya casi maduro en el árbol, ya tendido en los almijares.
A esta idea me lleva el recuerdo de la fuerte voz de mando de la Mariscalilla (pequeña pero gran mujer, que santa gloria haya) cuando, visto el cielo muy negro, exclamó desde lo alto de un cancho de las Moraleas, finca cuyos frutos había comprado aquel año:
“¡Niños, a los higos, que viene la tormenta!”
Y los niños, muchos entre nietos y sobrino-nietos, se lanzaron a los tendales a devorar los higos antes de que los meteoros hicieran un desperdicio estúpido. Pan para hoy, menos hambre mañana.
Por acotar el tiempo de las supuestas tormentas, lo situaría con posterioridad a los años en que la viña era la savia que nos alimentaba. El refrán de los forasteros pone de manifiesto la importancia económica que para nosotros tuvieron los higos, y esto debió de ser después de que el aguardiente y el vinagre dejaran de ser nuestra principal fuente de ingresos. (Ver aquí)
* Genalvallense, adjetivo formulado por Ángel Sierra de Cózar que porque me gusta lo copio aquí.

Jugando con las palabras, me parece «genial» el nuevo topónimo «genalvallense»; se lo pasaré a mi amigo Pepe Castillo.
Genalvallense…bueno, toda palabra tiene una primera vez. En fin, ahora, además de mirlo y jabato soy genalvallense (suena un tanto a periodo prehistórico, como Solutrense o Magdaleniense, espero no suponga alusión a nuestro secular atraso)
Gracias, José Antonio Castillo, por intervenir en esta página vecina y sin embargo amiga. Para los benalizos que te conocemos eres un mirlo, alertando, y un jabato, luchando, contra los atropellos que sufren la Sierra Bermeja y el Valle del Genal.
La historia de «genalvallense» comienza cuando un gran micólogo «serranorrondense», Curro Valencia, descubrió y describió una species nova de ascomicetes en el alto Genal. Él quería bautizar la especie con un nombre (necesariamente en latín) alusivo al lugar, y pidió consejo. Esta petición llegó al doctor en Clásicas Ángel Sierra, y él sugirió el término, que vale tanto en latín como en castellano. Creo además que advirtió de que, en función del género del sustantivo genérico, el adjetivo específico debería terminar en -is (masculino y femenino) o en -e (neutro).
No comparto, querido amigo, una asociación unívoca del sufijo –ense con la edad de Piedra. Por ejemplo: «estadounidense» tiene poco más de un siglo, no llega a dos.