La Emisora Parroquial -II

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Letra y música del aluminio invasor:

Discos dedicados. Confusiones de un oyente infantil.

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Por la emisora parroquial se difundían mensajes tan diversos como

– el sermón de las Siete Palabras que dijo Jesús,

– la llamada del alcalde a sofocar, por ejemplo, un incendio en la Paereta,

– el anuncio de la sesión de cine semanal en la calle de la Harina,

– la presencia de un ocasional barato en la plaza,

– la llegada anual, mucho más cara, del tío de las cámaras, o sea el recaudador de la contribución;

– la invitación a una boda o bautizo,

– la pérdida de una alhaja de gran valor sentimental, por si alguien se la encuentra,

– la dedicatoria de una canción a los que celebraban el día de su santo…

Aquí me paro. Los discos dedicados eran el plato fuerte de la emisora, y su mayor fuente de ingresos. El día de los Manolos y Manolas (1º de enero), el de san José y las Pepas, el de san Isidoro, el de san Juan, y los de las grandes vírgenes del calendario: Dolores, Carmen, Ana…, las ondas se llenaban de dedicatorias preñadas de cariño (entonces aprendí la palabra «onomástica» que muchas incluían en el texto).

El mejor día de caja para la emisora era el de san Antonio, patrono de los noviajos en ciernes o verificados. No era raro escuchar que aquel disco estaba «dedicado a Fulanita por quien ella sabe», lo cual creo ahora que pondría a alguna Fulanita en el brete de elegir entre los varios pretendientes que la rondaban. Así de emocionante era el juego.

La anécdota más divertida de aquel tiempo de caricias al aire la cuenta Francisco/Paco Sánchez Vázquez:

Yo era un chavea y, uno de esos días de san Antonio, varios hombres que estaban jugando al dominó en la puerta del bar (seguro que Jacinto, Marcelino, mi tío Juan, algún guardia civil…), cansados de la música a todo volumen, me dieron unas pesetas para que durante el tiempo correspondiente la emisora estuviera “en silencio”. La respuesta: un solo de trompeta llamado El Silencio, repetido hasta agotar el dinero. Si mal no recuerdo, en esa ocasión, en “la pecera” (la sacristía) estaban al menos Paco Javier y su novia María López.

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Desde luego, en lo que más brillaron las campanas altavoces fue en inundar de música al pueblo. Fue una riada sonora que todo el mundo tenía que oir; yo además la escuchaba.

Creo que la amplitud de sensibilidad, que estimo tener, ante cualquier tipo de música anterior a la de este milenio, se debe a la emisora de Benadalid. Allí confluían cuplés, boleros, bayones, fandangos, tientos, tangos, pasodobles, marchas, verdiales, jotas, rancheras, rocks, twists, etc, etc, etc. Tan pronto Curro de Utrera daba paso a Gloria Lasso como Manolo Escobar al Dúo Dinámico. Una riada, ya digo.

Yo tenía entre 7 y 9 años. Un joven hermano mío pero mucho mayor, despreciaba cordialmente las coplas de la Paquera de Jerez, pero a mí me encantaban la guitarra y la voz de aquel disco tan solicitado por los oyentes de la emisora: Ojos verdes. Incluso me atrevía a descifrar la letra tal cual la oía:

Tengo que buscar la vía
con la cruz de tu traición,
soy esa rama caía
que a nadie da compasión.

Mi pelo negro, mi pelo,
¿pa’ que lo quiero serrano,
si ya no tengo el consuelo
de las cejas de tus manos?

¡Qué horror! Acudí a mi hermana mayor:

– Pepita, ¿de verdad crecen cejas en las manos? ¿Y salen ojos también?

– Claro que no. Lo que dice la copla es:

Si ya no tengo el consuelo
de la seda de tus manos.

Quiere decir que las manos del novio son suaves como la seda, y las echa de menos -me explicó, supongo que pensando en las de su Cayetano.

Con este bolero tan emotivo me pasaba lo mismo:

Es la historia de un amor
como no habrá otro igual,
que me hizo comprender
todo el viento del mar.

– Sería un huracán, ¿no, Pepita?

– No, un huracán no creo. Lo que dice la canción es:

…que me hizo comprender
todo el bien, todo el mal.

– Ah, claro, – recordé mi reciente Primera Comunión y lo mucho que sabía del tema.

Juanito Valderrama tampoco era favorito de mi hermano mayor, pero yo, igualmente harto de escuchar sus Aires Trianeros, que pedía insistentemente el público, le prestaba atención a la letra, que decía según mi oido:

Cuánto debe padecer
quien se casa por el dinero.
Y el pan que sea de comer
va revuelto de veneno.
¡Mal fin tenga el interés!

Entonces odiaba el pan de comer, pues tanto gluten se atascaba en mis fauces, siempre pequeñas. De hecho, camino de la escuela, compartía la mitad o más, del que me daba mi madre para pasar la mañana, con una burra que habitaba la cuadra de Cartagena. Ella creo que me tomó cariño, pero yo estaba interesado en variedades de pan ajenas al aparato digestivo:

– Pepita, ¿hay un pan que no sea el de comer? – Y mi hermana me advirtió de que ese verso del fandango hay que entenderlo así:

Y el pan que se ha de comer
va revuelto de veneno.

Se ha no es lo mismo que sea – precisó.

– ¿Y por qué se lo tiene que comer? ¿Y por qué va revuelto con veneno?

– Anda, niño, vete ya a jugar.

Con la emisora parroquial aprendí algo de música, y también gramática: ortografía, fonética, semántica…

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Gerardo Sierra

2 Respuestas

  1. Francisco Vega Ramos dice:

    De la música oída por los altavoces de la emisora parroquial siempre he recordado la canción titulada «La puerta verde».
    Me produjo una gran intriga porque no se desvelaba para mí qué sucedía detrás de esa puerta. Durante décadas no volví a oírla y, por lo tanto, no pude descifrar su mensaje.
    También me sorprendió mucho, a mis ocho o nueve años, ver cómo la bailaba, cerca de mí, un joven alto que no recuerdo quién era. Se desplazaba a ambos lados sobre sus talones. ¡Nunca antes había visto yo esa forma de bailar!
    Es posible que estos fueran los inicios del baile suelto en el pueblo.

  2. Gerardo dice:

    Gracias, Francisco, por tu recuerdo. La Puerta Verde tendrá su espacio en un capítulo de esta serie y, aunque de mayor ya lo sabes, desvelaremos lo que había detrás.
    En cuanto al joven alto, si era rubio como la cerveza, podría tratarse del hijo de una familia de Tánger que Paco Torres invitaba a pasar unos días de verano en el pueblo. Tenía una hermana, también rubia y alta, que cantaba canciones en francés: «Un enfant s’est coupé les doigts»…

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