El Castillo de Benadalid : leyenda rondeña

I
Amor á las bellas, honor al guerrero,
la gloria se gana corriendo á la lid,
asi la ganaron los héroes famosos,
asi la ganara el ilustre Ferí.
– ¡Como! ¿El Feri de Benastepar? Pero maldito!… ¿Sabes lo que has dicho?
– Señor, casualmente….
– ¿Celebrar en mis barbas á ese moro que estará ardiendo en los profundos infiernos y que mató en las sierras de Casares á mi pariente don Alonso de Aguilar? Voto á sanes que sino mirara que eres un pobre juglar, te saltaria la tapa de los sesos de una puñada.
El rostro del cantor se puso amoratado de colera, y sin duda iba á replicar de una manera fuerte y violenta; pero miró á una joven que estaba sentada á su frente y tornose otra vez á su anterior sosiego.
– Manrique de Lara, dijo con mesurado ademan, he equivocado esta troba con otra morisca.
– Acuerdate Jaime del antiguo adagio “en casa del ahorcado no se ha de mentar la soga”. ¿A que asunto sacar á la colada á ese hombre de Belcebú? Dios me perdone, pero en oyendo encomiar a los enemigos de nuestra santa religion, la sangre se me agolpa en la cabeza y ….
– Sosegaos, mi querido padre, replicó Elvira, pues Jaime no pensaba en molestaros.
– Convengo en lo que dice vuestra linda hija.
– Pues sus, toma la copa, llenala, bebe conmigo y pelillos á la mar; las riñas de los hombres de pró deben ahogarse en vino, y que no sea zupia; ea desarruga la cara por que la tienes mas agria que los tajos de sierra Bermeja.
– Dadme y beberé.
– Muy bien…. apurala de un golpe; toma Elvira un sorbito; no digo yo que bebas un azumbre como yo, pero aunque sea poco el corazon se alegra, desvanecense los males, y puede llamarse con propiedad á este sabroso licor el remedio milagroso, la panacea universal.
Habia años que Manrique de Lara era alcaide del castillo de Benadalid, el cual colocado cerca del camino de Ronda por un lado, y al frente de las empinadas sierras Bermejas por otro, servia de baluarte y defensa á los pueblos de Benadalid, Atajate, y Benalauria: Este caballero lo presidiaba a su costa con cincuenta soldados, y su hija Elvira vivia en su compañia : rayaba ya la agraciada doncella en los veinte años, pero representaba algunos mas por las ocupaciones varoniles en que se ejercitaba; era sobria y mesurada á pesar de que siempre acompañaba en la mesa á su padre, persona sumamente aficionada a los buenos bocados y á los tragos de escelente vino; por lo cual de ordinario prolongaba la cena, como aconteció en la que describimos, hasta bien entrada la noche.
El juglar era un hombre como de cuarenta años, fornido, atlético, barba larga y negra y ojos penetrantes; vestia ropas abigarradas de moro y de cristiano; á guisa de joyel tenia prendido en el jubon un hermoso clavel encarnado y pulsaba el laud con sobrada maestria.
– Vamos Jaime, siguió el caballero, no te detengas por Dios; yo soy irritable y algo violento si se quiere, pero luego no tengo hiel; mas tiene una paloma, con que vuelve á cantar que me agradan mucho tus trobas.
No se hizo de rogar el morisco y siguió de esta manera:
« Amor á las bellas, honor al guerrero
la gloria se gana corriendo á la lid,
asi la ganaron los héroes famosos
asi la ganaron Pelayo y el Cid.»
Cuando se acabó este último verso miró Jaime al caballero de soslayo con maliciosa sonrisa ; habia en aquella mirada una espresion tan infernal, que Elvira bajó los ojos y se puso azorada: Manrique no era hombre que paraba sus mientes en tales menudencias; y el juglar prosiguió:
« Un vaso, llenadlo, llenadlo de vino;
de vino sabroso, comienze el festin,
hermosas miradme con plácidos ojos,
ornad mi cabeza, de rosa y jazmin.»
– Bueno, bueno, gritó el alcaide, olvido desde ahora para in eternum de que eres morisco, bien haces en celebrar el amor y el vino… ¡Como quien no dice nada! El amor es tan poderoso que cuando se introduce en nuestras almas aunque sea á hurtadillas, Dios nos la depare buena; no saldrá tan ainas… y luego…. hombre no habia reparado. ¿Estas de boda? Tienes puesta en el pecho una flor tamaña como una rodela… en verdad que aqui no se hallan esos claveles ni cosa que se les parezca.
– Lo único que he visto en mis paseos, respondió Elvira, son azucenas y violetas.
– Las violetas y las azucenas siguió el morisco, son el simbolo de la modestia y del pudor virginal, y hallanse entre las rafas de las altas peñas y en el tapete verdoso de las frescas praderas; aunque los claveles son flores de mas brillantez, acaso las otras son sin duda mas dignas de aprecio pues dan alguna idea de las revelantes prendas que os adornan, hermosa señora.
– Estos moriscos se pintan solos, siguió Lara, para ensartar un cumplido á una dama con sus correspondientes floreos, y piropos.
– Me han enviado de Estepona esta flor y huele muy bien.
– Trae Jaime, en efecto huele á las mil maravillas, toma Elvira y notarás que pura y delicada fragancia despide…. Vaya otra cantiga, amigo mio, mas ante echadme una сора.
– No bebais mas, mi querido padre.
– ¿Piensas que estoy ya tambaleandome? No lo creas….. mas vino….. no es buena que se me cierran los ojos…. sin poder…. vaya…. que….
Y el caballero se echó á roncar sobre la misma mesa.
– Me retiro Jaime á mi aposento, dijo Elvira.
– ¿Te vas, divina muger? Esclamó el morisco soltando la vihuela.
– ¡Atrevido! ¿Cómo osas?…
– Espera en nombre de Dios y óyeme, después despreciame, matame, haz de mi todo lo que te plazca.
– Habla.
– Yo no soy un triste y miserable juglar, como mi trage lo indica, no……. yo soy…..
– ¿Por qué vacilas?
– El amor que te profeso hace que……
– No me hables de amor si quieres que te escuche……. yo…… oir tales palabras de la boca de un morisco…
– El amor todo lo puede y lo iguala.
– Acorta razones juglar, y dime quien eres.
– Si mi orgullo sufre con paciencia el caracter violento de Manrique de Lara es porque idolatro á su hija Elvira.
– ¡Insolente! Si la piedad no retuviese mi indignacion….
– Grita, grita, que vengan tus criados y me asesinen delante de ti, que corra mi sangre, nada me importa, moriré siempre adorándote.
– Huye de este castillo; vete, cualquiera que seas.
– Antes seras mia ó morirás; fuera las súplicas y ruegos. ¡Si supieras quien es el hombre que tienes delante! Temblarias de imaginarlo.
– Pues dimelo.
– Yo soy el Mejuar.
– ¡Tú!
– Si
– ¿Ves como te he escuchado y no tiemblo?
– Si; yo soy el atrevido moro que asaltó castillos, destruyó pueblos enteros y aborreció de muerte á los cristianos y ahora los tolero porque tu lo eres, porque deliro por ti; amame rosa deliciosa de estas sierras, amame y serás la reina de ellas; de otro modo….
– Nunca los corderos aman á los tigres.
– ¡Insensata! ¿Sabes lo que va á sucederte? Aun es tiempo; una palabra sola….
– Te aborresco.
– Necia…. ¿No ves el estado de tu padre? Yo lo he causado…. Vas á ser mia… Tu deshonra es segura….
– Dios mio…. favorecedme…
La voz se ahogó entre los labios de Elvira quedándose tambien dormida aquella joven infeliz….
II
Eran las doce de la noche y reinaba gran silencio en las calles y casas de Benadalid; solo se notaba un ligero murmullo en la de José Jautor, donde estaban reunidos de doce á catorce moriscos; sus gestos y palabras manifestaban bien á las claras sus perniciosos intentos.
– Notable es la falta del Mejuar, dijo José.
-Y mucho mas, replicó otro, cuando nos aseguró que á media noche debia atacarse el castillo.
– Buena la hacemos, interrumpió un tercero en fiarnos de él.
– ¡Cómo! ¿dudas acaso de su sinceridad ó de su valor? siguió Jautor, primero el Genar parará su curso que mi amigo falte á su palabra.
– Pudiera ocurrir….
-Y es estraño que un joven desbarbado, se atreva á hablar asi de tan valeroso capitan delante de hombres sezudos.
– Aunque tengo pocas barbas, sé decir la verdad ¿porqué el Mejuar metido en el recinto de nuestros enemigos, sirve de juglar á Manrique de Lara? Porque se halla enamorado hasta las uñas de su hija Elvira.
– No negaré que asi pueda suceder, mas nada tiene que ver un asunto con otro…. me parece que oigo rumor á lo lejos; voy á la puerta…… en efecto tiros suenan y se divisan hogueras en los montes de Jubrique y de Jenalguacil… la voz de la libertad y de la patria va á resonar de nuevo por todas partes!
– ¿Y entre tanto porque no se presenta nuestro caudillo.?
– Amigos mios, ya no hay remedio…. otros tiros por el lado de Atajate; mengua seria aguardar mas; disparad los arcabuces… seguidme que ya llegó el momento de que digais conmigo: “No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta.”
– “No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta” replicaron los conjurados y marcharon.
A la media bora ya estaba el castillo asediado por todas partes.
Apenas Elvira quedó narcotizada con el vapor que el clavel despedia, el juglar cerró cuidadosamente las puertas de la sala sin acordarse que el momento de la cita había llegado ya….. ¡Ay de la infeliz doncella si fuera mas temprano!…..
Al propio tiempo los criados y soldados de Manrique comenzaron á llamarlo á gritos para que acorriese en defensa de las murallas, mas el alcaide no parecia: recelosos de algun desman rompieron de un hachazo la cerradura, y el juglar apenas tuvo tiempo de fingirse tambien dormido; mientras despertaban á Lara, se deslizó por entre el tropel, y descolgándose por las murallas pronto se vio al frente de sus hermanos.
III.
No es mi ánimo seguir narrando los sucesos de esta rebelion, ni como el alcaide de Benadalid se sostuvo impávido en su castillo por espacio de un año que duró aqueIla. Sosegada ya del todo, salió una tarde su hija Elvira á pasear por las angostas veredas que hácia el camino de Ronda se dirigen.
Habia alli entonces una abundante y cristalina fuente sombreada por dos altos y frondosos cerezos, y en su derredor estendiase un espeso bosquete de avellanos que se entrelazaban con rojas y olorosas madreselvas : en aquel lugar se sentó como en muchas ocasiones lo acostumbraba la hermosa doncella á escuchar el blando cantar del amoroso gilguero ó los agudos gorgeos del mirlo y de la alondra; miró una vez hacia su frente con atencion mas decidida y creyó divisar entre unos verdes tallos un objeto encarnado; se adelanta y era un hermose clavel.
– Admirable caso, dijo con voz baja, es hallar aqui esta flor que en verdad me recuerda la noche aciaga….. ¿La cortaré?… ¿Por qué nó?…, Mi sueño fue la causa, no la flor, – y
La cortó en efecto.
– Parece que despide un olor celestial: veamos….. si, el mismo que la otra vez, perdida soy si la huelo; maldita sea, y la tiró léjos de sí.
– Maldita seas tú, replicó el Mejuar saliendo del bosquecillo, que asi desbaratas mis mejores proyectos.
– ¡Alevoso! Tu aqui cuando te creyera andando por las tostadas arenas del Africa acompañado de los tigres y leones con quienes simpatizas tanto?
– Como la luna recibe su resplandor del astro del dia, jamas lo abandona ni le dice: “Sol yo no te necesito para nada.”
– Deja á un lado tus parabólicas razones atestadas de doblez y de hipocresia, y muy agenas de tu caracter altanero.
– Perdóname si te ha ofendido mi llegada; no es dado al hombre sujetar siempre los primeros arrebatos de su corazon!
– Vete y te perdonaré.
-No puedo separarme de ti; de ti á quien adoro con delirio, y á quien he sacrificado hasta mi honor.
–¿Lo has tenido tu acaso alguna vez?
¿Porque asi me ultrajas, Elvira?
– El que trata de engañar a una doncella con medios viles é indecorosos ¿tendrá acaso bonor? Mira ese clavel, míralo y dime si está tranquila tu conciencia, si late tu corazon con la dulzura que el mio?
– Dime lo que quieras, encantadora muger, pero sabe que por amarte subsisten en pie las murallas de Benadalid; porque ni arietes, ni trabucos, ni máquina alguna de guerra pudo asestarse contra ellas durante nuestra sublevación; mis amigos y hermanos murmuraban de tal conducta que con razon les parecia sospechosa: todos han perecido por la patria lidiando gloriosamente con las armas en la mano, pero yo no he querido buscar la muerte, aun debo vivir porque tu vives y no me debo apartar de estos lugares porque tu respiras en ellos; me es preciso buscarte, seguirte, amarte sin descanso, morir a tu lado aunque luego me destierren del paraiso del Profeta.
-Jamas Elvira de Lara será tuya.
– ¡Ingrata! ¿Dices jamas y el rayo de mi poder está ya alzado sobre ti?
– ¿Con qué la violencia?….
– Si, la violencia, pues ya no me queda otro camino.
– Mejuar, no me persigas y quizas no te aborreceré.
– ¿Lloras? Tus lagrimas ó son de miedo o de rabia. ¿Porqué no lloras de amor? ¡Ah! ¿Si supieras las veces que yo he llorado por ti? Sin descanso, sin sueño, sin vida, la ardiente hoguera que me consume va agotando rápidamente mis fuerzas.
– ¿Y llamas amor á esa brutal pasion que te domina?
– Corresponde a mi cariño, y verás entonces si es puro, si es un amor celestial
– Ya no puedo ser tuya.
– ¡Rayo de Dios! ¿Me hablas asi y quieres que guarde moderación? No, Elvira, has de ser mia sin remedio.
– Detente malvado….. mira…..
– Nada miro.
– Elvira viéndose perdida se reanimó, y asiera por el brazo al robusto Jayan que en vano quiso desasirse.
– Padre, Padre mio…
– Calla infeliz y sueltame, sino es segura tu muerte.
La gumia brilló en las manos del morisco.
– Socorro, socorro.
Oyeronse las pisadas de un caballo: el Mejuar forcejeaba por soltarse, pero Elvira impulsada de una fuerza convulsiva lo tenia asido con firmeza.
– Déjame, déjame y me iré…. ya se acerca mi enemigo, muere desgraciada…..
El acero atravesó el pecho de la doncella que cayó al suelo, pero sus dedos quedaron clavados en el brazo á su asesino de suerte que aunque trató de evadirse no lo pudo conseguir.
– Terrible situación es la mia, murmuraba entre si. ¡Morir sin poder defenderme!… Este cadaver siempre tras de mi!… lo partiré a pedazos y entonces…
– Infame, gritó Manrique; ¡mi hija!… ¡Dios mio!…
– Espera cristiano, oyeme….
.Y la lanza de Lara le atravesó el corazon.
Inútil es pintar el dolor de un padre que pasó sollozando el año entero que pudo sobrevivir a su hija; el bosquete tornose en tierra blanquesina y estéril donde no crecen ni aun los cardos ni los espinos; tambien el castillo quedó á poco desamparado, y en el dia sirve de cementerio á los vecinos de Benadalid; todos los que pasan por la colina donde tan atroz desgracia ocurriera, la miran con horroroso espanto y se apartan de ella rapidamente, sin atreverse siquiera a volver la cara atras.
El Andaluz
El Guadalhorce (Málaga) / 11 y 18 de agosto de 1839

EL CASTILLO DE BENADALID.
Leyenda Rondeña.
I
Amor á las bellas, honor al guerrero,
la gloria se gana corriendo á la lid,
asi la ganaron los héroes famosos,
asi la ganara el ilustre Ferí.
– ¡Como! ¿El Feri de Benastepar? Pero maldito!… ¿Sabes lo que has dicho?
– Señor, casualmente….
– ¿Celebrar en mis barbas á ese moro que estará ardiendo en los profundos infiernos y que mató en las sierras de Casares á mi pariente don Alonso de Aguilar? Voto á sanes que sino mirara que eres un pobre juglar, te saltaria la tapa de los sesos de una puñada.
El rostro del cantor se puso amoratado de colera, y sin duda iba á replicar de una manera fuerte y violenta; pero miró á una joven que estaba sentada á su frente y tornose otra vez á su anterior sosiego.
– Manrique de Lara, dijo con mesurado ademan, he equivocado esta troba con otra morisca.
– Acuerdate Jaime del antiguo adagio “en casa del ahorcado no se ha de mentar la soga”. ¿A que asunto sacar á la colada á ese hombre de Belcebú? Dios me perdone, pero en oyendo encomiar a los enemigos de nuestra santa religion, la sangre se me agolpa en la cabeza y ….
– Sosegaos, mi querido padre, replicó Elvira, pues Jaime no pensaba en molestaros.
– Convengo en lo que dice vuestra linda hija.
– Pues sus, toma la copa, llenala, bebe conmigo y pelillos á la mar; las riñas de los hombres de pró deben ahogarse en vino, y que no sea zupia; ea desarruga la cara por que la tienes mas agria que los tajos de sierra Bermeja.
– Dadme y beberé.
– Muy bien…. apurala de un golpe; toma Elvira un sorbito; no digo yo que bebas un azumbre como yo, pero aunque sea poco el corazon se alegra, desvanecense los males, y puede llamarse con propiedad á este sabroso licor el remedio milagroso, la panacea universal.
Habia años que Manrique de Lara era alcaide del castillo de Benadalid, el cual colocado cerca del camino de Ronda por un lado, y al frente de las empinadas sierras Bermejas por otro, servia de baluarte y defensa á los pueblos de Benadalid, Atajate, y Benalauria: Este caballero lo presidiaba a su costa con cincuenta soldados, y su hija Elvira vivia en su compañia : rayaba ya la agraciada doncella en los veinte años, pero representaba algunos mas por las ocupaciones varoniles en que se ejercitaba; era sobria y mesurada á pesar de que siempre acompañaba en la mesa á su padre, persona sumamente aficionada a los buenos bocados y á los tragos de escelente vino; por lo cual de ordinario prolongaba la cena, como aconteció en la que describimos, hasta bien entrada la noche.
El juglar era un hombre como de cuarenta años, fornido, atlético, barba larga y negra y ojos penetrantes; vestia ropas abigarradas de moro y de cristiano; á guisa de joyel tenia prendido en el jubon un hermoso clavel encarnado y pulsaba el laud con sobrada maestria.
– Vamos Jaime, siguió el caballero, no te detengas por Dios; yo soy irritable y algo violento si se quiere, pero luego no tengo hiel; mas tiene una paloma, con que vuelve á cantar que me agradan mucho tus trobas.
No se hizo de rogar el morisco y siguió de esta manera:
“Amor á las bellas, honor al guerrero
la gloria se gana corriendo á la lid,
asi la ganaron los héroes famosos
asi la ganaron Pelayo y el Cid.»
Cuando se acabó este último verso miró Jaime al caballero de soslayo con maliciosa sonrisa ; habia en aquella mirada una espresion tan infernal, que Elvira bajó los ojos y se puso azorada: Manrique no era hombre que paraba sus mientes en tales menudencias; y el juglar prosiguió:
“Un vaso, llenadlo, llenadlo de vino;
de vino sabroso, comienze el festin,
hermosas miradme con plácidos ojos,
ornad mi cabeza, de rosa y jazmin.
– Bueno, bueno, gritó el alcaide, olvido desde ahora para in eternum de que eres morisco, bien haces en celebrar el amor y el vino… ¡Como quien no dice nada! El amor es tan poderoso que cuando se introduce en nuestras almas aunque sea á hurtadillas, Dios nos la depare buena; no saldrá tan ainas… y luego…. hombre no habia reparado. ¿Estas de boda? Tienes puesta en el pecho una flor tamaña como una rodela… en verdad que aqui no se hallan esos claveles ni cosa que se les parezca.
– Lo único que he visto en mis paseos, respondió Elvira, son azucenas y violetas.
– Las violetas y las azucenas siguió el morisco, son el simbolo de la modestia y del pudor virginal, y hallanse entre las rafas de las altas peñas y en el tapete verdoso de las frescas praderas; aunque los claveles son flores de mas brillantez, acaso las otras son sin duda mas dignas de aprecio pues dan alguna idea de las revelantes prendas que os adornan, hermosa señora.
– Estos moriscos se pintan solos, siguió Lara, para ensartar un cumplido á una dama con sus correspondientes floreos, y piropos.
– Me han enviado de Estepona esta flor y huele muy bien.
– Trae Jaime, en efecto huele á las mil maravillas, toma Elvira y notarás que pura y delicada fragancia despide…. Vaya otra cantiga, amigo mio, mas ante echadme una сора.
– No bebais mas, mi querido padre.
– ¿Piensas que estoy ya tambaleandome? No lo creas….. mas vino….. no es buena que se me cierran los ojos…. sin poder…. vaya…. que….
Y el caballero se echó á roncar sobre la misma mesa.
– Me retiro Jaime á mi aposento, dijo Elvira.
– ¿Te vas, divina muger? Esclamó el morisco soltando la vihuela.
– ¡Atrevido! ¿Cómo osas?…
– Espera en nombre de Dios y óyeme, después despreciame, matame, haz de mi todo lo que te plazca.
– Habla.
– Yo no soy un triste y miserable juglar, como mi trage lo indica, no……. yo soy…..
– ¿Por qué vacilas?
– El amor que te profeso hace que……
– No me hables de amor si quieres que te escuche……. yo…… oir tales palabras de la boca de un morisco…
– El amor todo lo puede y lo iguala.
– Acorta razones juglar, y dime quien eres.
– Si mi orgullo sufre con paciencia el caracter violento de Manrique de Lara es porque idolatro á su hija Elvira.
– ¡Insolente! Si la piedad no retuviese mi indignacion….
– Grita, grita, que vengan tus criados y me asesinen delante de ti, que corra mi sangre, nada me importa, moriré siempre adorándote.
– Huye de este castillo; vete, cualquiera que seas.
– Antes seras mia ó morirás; fuera las súplicas y ruegos. ¡Si supieras quien es el hombre que tienes delante! Temblarias de imaginarlo.
– Pues dimelo.
– Yo soy el Mejuar.
– ¡Tú!
– Si
– ¿Ves como te he escuchado y no tiemblo?
– Si; yo soy el atrevido moro que asaltó castillos, destruyó pueblos enteros y aborreció de muerte á los cristianos y ahora los tolero porque tu lo eres, porque deliro por ti; amame rosa deliciosa de estas sierras, amame y serás la reina de ellas; de otro modo….
– Nunca los corderos aman á los tigres.
– ¡Insensata! ¿Sabes lo que va á sucederte? Aun es tiempo; una palabra sola….
– Te aborresco.
– Necia…. ¿No ves el estado de tu padre? Yo lo he causado…. Vas á ser mia… Tu deshonra es segura….
– Dios mio…. favorecedme…
La voz se ahogó entre los labios de Elvira quedándose tambien dormida aquella joven infeliz….
II
Eran las doce de la noche y reinaba gran silencio en las calles y casas de Benadalid; solo se notaba un ligero murmullo en la de José Jautor, donde estaban reunidos de doce á catorce moriscos; sus gestos y palabras manifestaban bien á las claras sus perniciosos intentos.
– Notable es la falta del Mejuar, dijo José.
-Y mucho mas, replicó otro, cuando nos aseguró que á media noche debia atacarse el castillo.
– Buena la hacemos, interrumpió un tercero en fiarnos de él.
– ¡Cómo! ¿dudas acaso de su sinceridad ó de su valor? siguió Jautor, primero el Genar parará su curso que mi amigo falte á su palabra.
– Pudiera ocurrir….
-Y es estraño que un joven desbarbado, se atreva á hablar asi de tan valeroso capitan delante de hombres sezudos.
– Aunque tengo pocas barbas, sé decir la verdad ¿porqué el Mejuar metido en el recinto de nuestros enemigos, sirve de juglar á Manrique de Lara? Porque se halla enamorado hasta las uñas de su hija Elvira.
– No negaré que asi pueda suceder, mas nada tiene que ver un asunto con otro…. me parece que oigo rumor á lo lejos; voy á la puerta…… en efecto tiros suenan y se divisan hogueras en los montes de Jubrique y de Jenalguacil… la voz de la libertad y de la patria va á resonar de nuevo por todas partes!
– ¿Y entre tanto porque no se presenta nuestro caudillo.?
– Amigos mios, ya no hay remedio…. otros tiros por el lado de Atajate; mengua seria aguardar mas; disparad los arcabuces… seguidme que ya llegó el momento de que digais conmigo: “No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta.”
– “No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta” replicaron los conjurados y marcharon.
A la media bora ya estaba el castillo asediado por todas partes.
Apenas Elvira quedó narcotizada con el vapor que el clavel despedia, el juglar cerró cuidadosamente las puertas de la sala sin acordarse que el momento de la cita había llegado ya….. ¡Ay de la infeliz doncella si fuera mas temprano!…..
Al propio tiempo los criados y soldados de Manrique comenzaron á llamarlo á gritos para que acorriese en defensa de las murallas, mas el alcaide no parecia: recelosos de algun desman rompieron de un hachazo la cerradura, y el juglar apenas tuvo tiempo de fingirse tambien dormido; mientras despertaban á Lara, se deslizó por entre el tropel, y descolgándose por las murallas pronto se vio al frente de sus hermanos.
III.
No es mi ánimo seguir narrando los sucesos de esta rebelion, ni como el alcaide de Benadalid se sostuvo impávido en su castillo por espacio de un año que duró aqueIla. Sosegada ya del todo, salió una tarde su hija Elvira á pasear por las angostas veredas que hácia el camino de Ronda se dirigen.
Habia alli entonces una abundante y cristalina fuente sombreada por dos altos y frondosos cerezos, y en su derredor estendiase un espeso bosquete de avellanos que se entrelazaban con rojas y olorosas madreselvas : en aquel lugar se sentó como en muchas ocasiones lo acostumbraba la hermosa doncella á escuchar el blando cantar del amoroso gilguero ó los agudos gorgeos del mirlo y de la alondra; miró una vez hacia su frente con atencion mas decidida y creyó divisar entre unos verdes tallos un objeto encarnado; se adelanta y era un hermose clavel.
– Admirable caso, dijo con voz baja, es hallar aqui esta flor que en verdad me recuerda la noche aciaga….. ¿La cortaré?… ¿Por qué nó?…, Mi sueño fue la causa, no la flor, – y
La cortó en efecto.
– Parece que despide un olor celestial: veamos….. si, el mismo que la otra vez, perdida soy si la huelo; maldita sea, y la tiró léjos de sí.
– Maldita seas tú, replicó el Mejuar saliendo del bosquecillo, que asi desbaratas mis mejores proyectos.
– ¡Alevoso! Tu aqui cuando te creyera andando por las tostadas arenas del Africa acompañado de los tigres y leones con quienes simpatizas tanto?
– Como la luna recibe su resplandor del astro del dia, jamas lo abandona ni le dice: “Sol yo no te necesito para nada.”
– Deja á un lado tus parabólicas razones atestadas de doblez y de hipocresia, y muy agenas de tu caracter altanero.
– Perdóname si te ha ofendido mi llegada; no es dado al hombre sujetar siempre los primeros arrebatos de su corazon!
– Vete y te perdonaré.
-No puedo separarme de ti; de ti á quien adoro con delirio, y á quien he sacrificado hasta mi honor.
–¿Lo has tenido tu acaso alguna vez?
¿Porque asi me ultrajas, Elvira?
– El que trata de engañar a una doncella con medios viles é indecorosos ¿tendrá acaso bonor? Mira ese clavel, míralo y dime si está tranquila tu conciencia, si late tu corazon con la dulzura que el mio?
– Dime lo que quieras, encantadora muger, pero sabe que por amarte subsisten en pie las murallas de Benadalid; porque ni arietes, ni trabucos, ni máquina alguna de guerra pudo asestarse contra ellas durante nuestra sublevación; mis amigos y hermanos murmuraban de tal conducta que con razon les parecia sospechosa: todos han perecido por la patria lidiando gloriosamente con las armas en la mano, pero yo no he querido buscar la muerte, aun debo vivir porque tu vives y no me debo apartar de estos lugares porque tu respiras en ellos; me es preciso buscarte, seguirte, amarte sin descanso, morir a tu lado aunque luego me destierren del paraiso del Profeta.
-Jamas Elvira de Lara será tuya.
– ¡Ingrata! ¿Dices jamas y el rayo de mi poder está ya alzado sobre ti?
– ¿Con qué la violencia?….
– Si, la violencia, pues ya no me queda otro camino.
– Mejuar, no me persigas y quizas no te aborreceré.
– ¿Lloras? Tus lagrimas ó son de miedo o de rabia. ¿Porqué no lloras de amor? ¡Ah! ¿Si supieras las veces que yo he llorado por ti? Sin descanso, sin sueño, sin vida, la ardiente hoguera que me consume va agotando rápidamente mis fuerzas.
– ¿Y llamas amor á esa brutal pasion que te domina?
– Corresponde a mi cariño, y verás entonces si es puro, si es un amor celestial
– Ya no puedo ser tuya.
– ¡Rayo de Dios! ¿Me hablas asi y quieres que guarde moderación? No, Elvira, has de ser mia sin remedio.
– Detente malvado….. mira…..
– Nada miro.
– Elvira viéndose perdida se reanimó, y asiera por el brazo al robusto Jayan que en vano quiso desasirse.
– Padre, Padre mio…
– Calla infeliz y sueltame, sino es segura tu muerte.
La gumia brilló en las manos del morisco.
– Socorro, socorro.
Oyeronse las pisadas de un caballo: el Mejuar forcejeaba por soltarse, pero Elvira impulsada de una fuerza convulsiva lo tenia asido con firmeza.
– Déjame, déjame y me iré…. ya se acerca mi enemigo, muere desgraciada…..
El acero atravesó el pecho de la doncella que cayó al suelo, pero sus dedos quedaron clavados en el brazo á su asesino de suerte que aunque trató de evadirse no lo pudo conseguir.
– Terrible situación es la mia, murmuraba entre si. ¡Morir sin poder defenderme!… Este cadaver siempre tras de mi!… lo partiré a pedazos y entonces…
– Infame, gritó Manrique; ¡mi hija!… ¡Dios mio!…
– Espera cristiano, oyeme….
.Y la lanza de Lara le atravesó el corazon.
Inútil es pintar el dolor de un padre que pasó sollozando el año entero que pudo sobrevivir a su hija; el bosquete tornose en tierra blanquesina y estéril donde no crecen ni aun los cardos ni los espinos; tambien el castillo quedó á poco desamparado, y en el dia sirve de cementerio á los vecinos de Benadalid; todos los que pasan por la colina donde tan atroz desgracia ocurriera, la miran con horroroso espanto y se apartan de ella rapidamente, sin atreverse siquiera a volver la cara atras.
El Andaluz
El Guadalhorce (Málaga) / 11 y 18 de agosto de 1839
