El efecto cochino
De cómo el embargo de un cochino contribuyó a salvar la vida de más de quinientas personas.
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Casualmente pude ver hace unos días en un canal de televisión un buen reportaje –rara avis– sobre la humanitaria actuación de Porfirio Smerdou durante los primeros meses de la Guerra Civil.
Porfirio era un comerciante mejicano, avecindado en Málaga, ciudad en la que ostentaba el cargo de cónsul honorario de su país. Tenía su residencia en una modesta villa en la zona del Limonar, a la que bautizó con un nombre muy mejicano: Villa Maya.

El 18 de julio de 1936, tras el fracaso de la rebelión de una parte del ejército, se desató en Málaga una durísima represión contra los elementos considerados enemigos de la República. Porfirio, que mantenía relaciones profesionales y personales con muchos de ellos, decidió que debía intervenir para salvar sus vidas.
En realidad dicha decisión fue provocada por un hecho fortuito: una mañana encontró en la calle cerca de su casa, deambulando, sin rumbo, a un conocido suyo. ¿Adivináis de quién se trataba? ¡Tate! ¡Un benalizo! Se compadeció de él y lo acogió en Villa Maya. Se llamaba don Ramón Barea, o Varea, como le gustaba firmar.
Don Ramón, cuando sólo era Ramoncillo, abandonó Benadalid huyendo de la miseria, enfurecido con las autoridades caciquiles que, por no pagar los arbitrios, le habían confiscado su único bien: un cochino que estaba engordando y con cuya venta pensaba tapar algunos agujeros. Dio con sus huesos en La Línea de la Concepción y encontró trabajo en los carros que sacaban la basura de los llanitos. Muy pronto obtuvo la concesión del servicio de limpieza de Gibraltar, casó con la hija de un comerciante y se convirtió en socio de una Compañía consignataria de buques, que tenía agencias en todos los puertos de Marruecos desde Melilla hasta Casablanca, pasando por Tánger; y por supuesto en Gibraltar.
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Se estableció en Melilla, dirigiendo los negocios de su Compañía, llegando a ser nombrado vicepresidente de la Cámara de Comercio. Durante los años más duros de la guerra del Rif auxilió a los infelices reclutas de su pueblo, que habían sacado la negra y fueron enviados a aquel matadero. Uno de ellos, Manuel Gutiérrez “Culito”, fue herido y condecorado por su valor con una medalla pensionada (https://benadalid.org/condecoracion-a-un-soldado/).

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Tras el final de la guerra de Marruecos don Ramón se trasladó a Málaga, donde emprendió nuevos negocios. Vivía en una espléndida villa, junto a la playa, no muy lejos del Hotel Miramar.
Al ver el sesgo que en Málaga tomaban los acontecimientos del 36, embarcó con su familia y se refugió en Gibraltar; pero cometió el error de regresar, tal vez para intentar proteger sus bienes. Al llegar le alertaron de que lo buscaban; huyó al monte del Limonar, donde se escondió hasta que la necesidad le obligó a buscar ayuda.
Fue el primer refugiado de Villa Maya. Porfirio decidió acoger a cuantas personas acudieron a pedirle auxilio y, en cuestión de días, en la pequeña villa se hacinaban por decenas. No tenía dinero para alimentar tantas bocas. Y ahí intervino don Ramón. Le desveló a Porfirio el lugar donde, en una caja fuerte, guardaba sus reservas; le entregó las llaves y lo puso todo a su disposición.
Pero el problema se agravó. En Villa Maya no cabía un alfiler. Porfirio incluso sacó de allí a su mujer y a sus hijos para hacer sitio. Tal vez aconsejado por don Ramón decidió acudir a las autoridades republicanas. El gobernador civil, Vega, y el alcalde de Málaga, Entrambasaguas, conocían la situación. El domicilio de Porfirio no poseía inmunidad diplomática, ya que sólo era cónsul honorario; pero las autoridades decidieron refrenar a las partidas de milicianos, argumentando las relaciones privilegiadas de la República con el gobierno de Méjico.
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La solución fue autorizar la salida escalonada de los refugiados por vía marítima hacia Gibraltar. Uno de los primeros fue don Ramón, que se reunió de nuevo con su famila. De este modo en Villa Maya se produjo un relevo constante durante meses. Se calcula en más de quinientas las personas que por allí pasaron, librándose del paredón.
Todo acabó abruptamente en febrero de 1937 con la entrada en Málaga de las columnas de camisas negras enviadas por Mussolini. Ahora le tocó la china a los republicanos y Porfirio decidió ayudar a quienes le habían ayudado. Vega y Entrambasaguas habían sido encarcelados. Villa Maya había dejado de ser refugio diplomático, por lo que Porfirio se presentó ante el fiscal Carlos Arias Navarro -conocido como “Carnicerito de Málaga”- para interceder por sus amigos. La respuesta que recibió no dejaba ni un pequeño resquicio para la esperanza:
– Esas dos personas son necesariamente fusilables.
¡Y así se cumplió!
Conclusión: ¿qué hubiese pasado si Ramoncillo Barea, de la saga de los “Gallitos”, hubiese pagado los arbitrios y no hubiese llegado a ser don Ramón? A esta concatenación de hechos algunos la llaman el efecto mariposa (en este caso, el efecto cochino); otros, en cambio, prefieren hablar de Divina Providencia. ¡Vaya usted a saber! ¡A elegir!
Pedro Sierra de Cózar
