El Cárabo

En el relato costumbrista de Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero) titulado Deudas pagadas (1860), Juan José era el padre de una familia de Bornos que acogió en su casa a un segador que había caído enfermo, y a su mujer y sus niños, todos hambrientos. La familia del segador, que los veranos bajaba a buscar trabajo en la campiña andaluza, procedía de Trevélez. Como Juan José había sido soldado en Granada, en tanto el segador se curaba y se reponía, iba comentando con la mujer lo que, de oídas, él conocía sobre las Alpujarras.

***

» -Y me dijeron, añadió Juan José, que hay allí unas cabras montaraces y bravías que corren más que agua cuesta abajo, saltan como cigarrones, y son tan prevenidas, que tienen a una siempre de centinela en una atalaya, que en viendo peligro golpea la roca con el pié, y entonces parten las demás y desaparecen como una volada de perdigones.

– Mucha verdad que es, repuso la huéspeda, y que tambien hay cárabos, que son unos pájaros con alas y cara de gente.

-¿Qué está V. diciendo, señora ? ¿Quién ha visto nunca semejantes avechuchos? exclamó Juan José.

– Los ha visto mi Manuel, y todo el que ha subido á aquellos vericuetos; y ha de saber V. que los cárabos y las cabras monteses, lo son desde los tiempos que andaba Jesus por el mundo, que llegó por aquellos andurriales que eran entonces unos frondosos vergeles en que pastaban cabras mansas y hermosas, guardadas por sus pastores. El Señor, que venia cansado, entró en una cabreriza y pidió á los pastores que le preparasen á él y á San Juan y á San Pedro, que lo acompañaban, un cabrito para cenar. Los pastores, que eran ruines moros, le respondieron que no tenian ninguno; pero el Señor insistió, y entonces ¿ qué hicieron esos desalmados? Mataron á un gato, lo guisaron y se lo pusieron sobre la mesa. Pero ¡ya se ve! el Señor, que conoce los corazones y sabe todo lo que pasa, por más oculto que se crea, estaba al cabo de lo que habian hecho los pastores, se sentó y dijo:

Si eres cabrito
mantente frito,
y si eres gato
salta del plato.

Al punto se enderezó el animalito y echó á correr. El Señor, para castigar á los pastores, los convirtió en cárabos, y á sus cabras en montaraces».

***

¡Gran milagro!, y ya sabéis: los cárabos tienen cara de gente, y por eso deben de ser reencarnación de alguna gente, en concreto de aquellos pastores moros que trataron de engañar a Jesucristo.
Que tienen cara de gente es verdad, lo demás es dudoso. Y tienen cara de gente, como todas las rapaces nocturnas, por sus ojos que miran, no a los lados como los de otros pájaros, sino de frente como los nuestros.

Sin contar su increíble linaje, los cárabos destacan entre las aves por su aflautado pero lúgubre grito: ¡Ujuuh, uj ujujúh! Que no ha pasado desapercibido a los poetas por su valor terrorífico o, por lo menos, dramático. Entre varios ejemplos he escogido el de José Mª Gabriel y Galán (Religiosas, 1906):

Yo he pasado largas noches en la selva,
cabe el tronco perfumado del abeto,
escuchando los rumores del torrente,
y los trémulos bramidos de los ciervos,
y el aullido plañidero de la loba,
y las músicas errátiles del viento,
y el insólito graznido de los cárabos,
que parece carcajada del infierno.

¡Carcajada del infierno, qué bueno…! O qué malo, según se mire. Pero, como advierte el poeta, es sólo una apariencia. El pájaro que tiene cara de gente no se ríe, solo avisa a sus vecinos de que aquel territorio es suyo. Y la pájara, que mientras tanto cuida huevos o polluelos, lo oye y piensa en él con un grado, no más, de satisfacción: “menos mal que sirve para algo”.

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¿Qué más os cuento del cárabo, si es como nosotros?
Tengo una pareja al lado de mi casa, que anida en un hueco del tronco de algún nogal viejo. Ahora lo veo por las tardes cuando sale de cacería. Estoy al tanto porque las charrillas alertan a todo el mundo con sus chirridos, los mirlos protestan como bien saben hacerlo, y los ruiseñores esconden su partitura entre las hojas de un seto.
Además de mirar de frente, el cárabo hace algo que los humanos no podemos, y es girar el pescuezo 360 o más grados. Una vez, a plena luz del día, al pie de un nogal, estuve mirando hacia arriba a uno posado, nos miramos fijamente, y mientras yo daba una vuelta completa alrededor del tronco, me mantuvo la mirada firme sin mover más músculos que los del cuello.


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Si la cara de los cárabos adultos puede parecer de gente malvada, sus crías tienen un aire de abuelete cariñoso.

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Un último apunte ¡y a tomar por culo! (que es lo que al final hará el caballero que intenta meter un sobre que no cabe en el buzón de correos):
En los años 50 y 60, el único pegamento que los escolares españoles usábamos para nuestros collages (avant la lettre) y otros deberes era el pegamento IMEDIO. Se fabricaba en Ciudad Real, creo, y tenía un delicioso y embriagador olor a éter o a algún otro compuesto alifático o aromático (me inclino organolépticamente por lo segundo). Pero con la apertura de Franco hacia Europa, la fábrica alemana de pegamentos UHU decidió invertir en España y dejar a Imedio en menos de un cuarto. Para esto contrataron con la editorial Bruguera una página en el tebeo (ahora cómic) de más éxito: Tiovivo o Pulgarcito, es lo mismo. Fue el genial Ibáñez quien se hizo con el encargo, y supongo que a él se le ocurrió relacionar UHU con el grito del cárabo. (Nótese que en un bocadillo el cárabo dice UJU y no UHU. Misterio).
El UHU alemán no pudo, ni siquiera con la ayuda del creador de Mortadelo y Rompetechos, con el Imedio español. No olía tan bien ni sabía tan picante, virtudes que un escolar aprecia, seguramente desde tiempo inmemorial, en los buenos pegamentos.

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Gerardo Sierra

Agradecimientos: a doña Cecilia Böhl y a Francisco Ibáñez; y sobre todo a los cárabos.

1 respuesta

  1. Isa dice:

    Me encantan tus historias, Gerardo. Gracias por compartirlo.

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