Una criatura enterrada extramuros (1914)
Ha pasado más de un siglo y el hecho aún nos sonroja. Al bebé se le dio sepultura fuera del cementerio, exactamente en el rincón que forma la fachada principal del castillo con su torre sureña. Allí había una piedra blanca cuadrangular donde a veces un escolar se sentaba; no cabían más, y todos competíamos por la sombra. Y alguna vez las viejas de la Carrera nos regañaban: «No sentarse ahí, que está enterrado un niño». Entonces las niñas, más emotivas y estéticas, cogían margaritas y amapolas y violetas, y las ponían sobre la pequeña tumba del niño desconocido.
– ¿Y por qué lo enterraron fuera y no dentro? – preguntábamos. – Por ser protestante – explicaban las viejas de la Carrera, escépticas.
Menos mal que con seis meses de edad ya era protestante, o sea cristiano en sentido amplio. Si llega a ser moro tal vez habrían permitido enterrarlo bajo la Torre Caída o, mejor, en Benamaya. «No está tan lejos de las Canchas», hubieran dicho generosos los clérigos, a la vista miope de su mapa.

8-III-1914 / El Liberal / Madrid
ENTERRAMIENTO ILEGAL
La mera posibilidad de casos como el que vamos á referir demuestra, mejor que todos los discursos, la nececidad de secularizar los cementerios y emprender otras reformas de la misma clase.
A un vecino de Benadalid (Málaga), evangélico, se le muere un niño de seis meses. Como vive en el campo, al día siguiente va al pueblo, llevando el cadáver para darle sepultura. Recibe el certificado del médico, y el juez le entrega la correspondiente papeleta de defunción.
Pero surge la figura del sacerdote, y, con ella, la dificultad. El niño no puede ser enterrado en el cementerio por no estar católicamente bautizado.
Acude el padre al juez; se encoge éste de hombros, y, por hacer algo, le envía al de primera instancia, de Gaucín, á tres horas de Benadalid.
Empieza un nuevo calvario. Esta autoridad judicial tampoco puede hacer nada. Sin embargo, sus deseos son buenos, y no conociendo del todo, sin duda, al párroco de Gaucín, recomienda al padre afligido que se vea con él y le presente el caso. El cura de Gaucín piensa lo mismo que su colega de Benadalid. No hay lugar para el niño en los cementerios de la nación.
Regresa el padre á Benadalid. El niño lleva tres días insepulto. El juez dice que el asunto corresponde al alcalde. El alcalde suplica de nuveo al cura con el mismo resultado negativo.
Entonces viene la solución. El alcalde, requerido por los parientes del niño, cuya insepultura los aflige, señala un lugar, “fuera” del cementerio, sin tapias ni protección alguna, y allí, como una bestia, es enterrado el parvulillo.
Quizás por las gestiones de unos ó de otros, y aun por la mera publicidad del caso, se cerque el sitio y se levanten unas feas tapias. En este caso, habrá un “corralillo” más, como llaman los clérigos á los cementerios civiles.
Molestas y deprimentes son las disposiciones legales que atañen á los disidentes; pero ni aun así se cumplen.
Ceremos que la hora de cumplirlas, y aun la de dictar otras mejores, ha llegado.
Clérigos como los de Benadalid y Gaucín no pueden ser ya los amos de los cementerios públicos.
.
10-III-1914 / El Pais / Madrid
La secularización de los Cementerios
Algunos clericales se sonríen, con gesto de imperiosidad, cuando se habla de esa reforma, sin echar de ver que los hechos, que la realidad, que la vida nos están diciendo cuán necesaria es.
He aquí un nuevo hecho probatorio de lo que decimos:
“A un vecino de Benadalid (Málaga), evangélico, se le muere un niño de seis meses… (sigue el mismo texto de El Liberal, con erratas corregidas).

10-III-1914 / El Cantábrico / Santander :
25-III-1914 / El Progreso / Tenerife ( con el título: Urge el remedio)
REMEDIO URGENTE
Una de las cuestiones que con más urgencia tienen que tratar las futuras Cortes, es la de la secularización de los cementerios,
Son tan frecuentes los casos de crueldad clerical que en España se observan con motivo de enterramientos de cadáveres de personas disidentes del culto católico, que constituyen una verdadera vergüenza y un bochorno para la cultura y la civilización de los tiempos en que vivimos.
El recientemente ocurrido en el pueblo de Benadalid (Málaga) que El Liberal de Madrid relata y comenta en un sentidísimo suelto, clama al cielo.
La intransigencia verdaderamente fanática de dos clérigos cerriles y tozudos ha tenido, por más de tres días, insepulto el cuerpecillo de un párvulo de seis meses sólo porque el padre de la criatura no pertenece, ni profesa, la religión oficial del Estado.
Y si después de todo se hubiese arreglado el caso, dando sepultura al niño, al cabo de esos tres días en el cementerio del pueblo, por bien empleado pudiera haber dado el afligidísimo padre su calvario.
Pero cuenta que la intolerancia cruel de este clericalismo deprimente, que nos denigra a los ojos de Europa, no ha abierto sus brazos á la compasión, ni á la piedad y ha dejado que al infeliz inocente se lo entierre como a un perro en lugar aparte del cementerio, en las afueras, en el campo, sin defensas protectoras de tapias o cercas que resguarden el cadáver de los peligros y de los ataques de las alimañas y bestias de todas clases.
Caso insólito de tremenda injuria y ayuno de toda consideración y respeto al principio sagrado de la muerte, es el que acaba de realizar el clericalismo de nuestra época en ese pueblo de Benadalid.
Como ratas en libertad, atraidas y protegidas por la suciedad del medio, van los clericales minando y corroyendo los fundamentos sociales, pudriendo su cimentación y acabando de destruir lo poco sano y respirable que nos queda en el ambiente de la vida pública,
Carcomidas por ellos las esferas todas de la administración y las funciones del Estado en sus distintos órdenes, de no ponerles coto al abuso que del derecho vienen haciendo, muy pronto tendrán que saltar fuera del país las gentes que no confiesen, que no comulguen y que no oigan misa á la hora que a ellos se les antoje.
Urge, repetimos, que el Poder público y las Cortes venideras libren al país, con sabias y oportunas leyes, de la invasión y propagación de tan tremenda plaga.
Urge por necesidad y urge, sobre todo, por higiene.
